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Cuando iba a ingresar al bachillerato, hice mi examen de admisión para acceder a alguna de las opciones que ofrecía la UNAM a los jóvenes. Seleccioné como mis primeras tres opcionestres preparatorias y mis otras tres opciones fueron CCH's. Realicé todos mis trámites solo, sin la compañía (como siempre había sucedido) de mi mamá.
Recuerdo que estaba trabajando en el taller de imprenta con mi papá, cuando me llamó mi mamá y me dijo que había llegado un sobre para mi que remitía la Unam. Era un sobre pequeño, lo cual aseguraba que había obtenido un lugar (en aquellos tiempos había dos posibilidades: sobre pequeño con aceptación, sobre grande rechazado y con los papeles del solicitante). Por supuesto que le pedí que lo abriera para conocer cual sería mi destino en los siguientes tres años.
Cierta tristeza me inavdió cuano me enteré que no me habían asignado ninguna de mis selecciones y tampoco el horario. Me fui a recargar sobre la defensa de un carro que estaba estacionado en el patio de la casa donde estaba el taller de mi papá a rumiar mi mala suerte.
Al rato se carcó mi papá y me dijo que debiera estar satisfecho, que había miles de jóvenes hubieran querido tener la posibilidad que ahora yo casi rechazaba. Que debía estar contento.
Esas palabras me sirvieron de mucho. Finalmente fui al bachillerato al Colegio de Ciencias y Humanidades Naucalpan, en el cuarto turno (de 17 a 21 horas) y un mundo de posibilidades se abrió para mi.
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