lunes, septiembre 18, 2006

Día 48: El grito en el Zócalo

Llegué al Zócalo alrededor de las 20:00 horas. Caminé desde la estación Allende por Tacaba hasta Isabel la Católica hacia la calle Madero. Cuando llegué la calle me pareció vacía. Pese a que había mucha gente que caminaba hacia la plancha. Seguí hasta la esquina de Madero y Plaza de la Constitución y ahí esperaba ver “fuego amigo”… pero no. Nadie de mis conocidos del plantón estaba presente, sólo quedaban como testigos los cables de donde tomábamos la energía eléctrica. Ahí estuve un momento y después seguí.


Me regalaron un cartel que dice “Aquí no gobernará el espurio” y lo cargué durante toda la noche, mientras caminaba sin rumbo tratando de encontrar rostro conocido. En el templete estaba el grupo “Salario Mínimo”

Mientras caminaba, trataba de adivinar si las personas con las queme encontraba estaban a favor del movimiento o eran personas que iban a celebrar la ceremonia del grito. Note que mayoritariamente eran personas que estaban a favor del movimiento. En tanto Jorge Saldaña y su hija (según dijo) cantaban corridos.

Caminé hacia la esquina de 5 de febrero y ahí encontré a la primer (y única) persona conocida: Arturo Pradel, a quien le dije que era el único al que había encontrado de toda la gente con la que conviví durante los campamentos de resistencia civil. Ya estaba tocando un grupo de música tropical, mientras la gente bailaba al ritmo de “ven, ven, ven, vamos a Tabasco que Tabasco es un edén”

Después apareció en escena Jesusa, para hacer tiempo, pues Eugenia León se presentaría como preámbulo al grito. En eso se me acercó una señora y me saludó, dijo ser exdiputada del pri por Jalisco pero que ahora estaba a favor de “la izquierda” y de López Obrador.

Poco antes de las 23:00 horas en la pantalla instalada se miraron las imágenes donde una escolta conformada por Bomberos, entregaba la bandera nacional a Alejandro Encinas, Jefe de Gobierno del D. F., apareció acompañado por Rosario Ibarra y abascal.

Dio el grito y tocó la campana de improvisada instalación (pero de muy buen sonido) que estaba sobre el balcón de su oficina. La gente vitoreó tanto a Encinas como a Rosario y en cuanto reconocieron a abascal, la gente empezó a gritar “¡Fuera abascal! ¡fuera abascal! Mientras este último ni los veía ni los oía… iniciaron los juegos pirotécnicos y yo me fui para la casa.

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